El Salto

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Todavía tenía un poco de sed pero aún así me senté frente a la ventana, no tuve trabajo en comenzar a recordar las veces que había hablado con ella. ¿Ya le había dicho cuanto la quería?, seguramente sí pero, ella, ¿Me había entendido?, seguramente no.

No había muchos modos de proceder, si no hay un camino por el cual seguir, o das vuelta, o te arrojas al vacío, yo ya había estado quieto mucho tiempo sin ir a ningún lado y mi vida no estaba en un punto en el que pudiera retroceder, aún más, no tenía intenciones de hacerlo, por lo que esa no era una opción, por eso saltar a lo desconocido era simplemente mi única alternativa.

Saltar suponía un cambio drástico en mi, así es,  girar ciento ochenta grados mi perspectiva, tomar decisiones que nunca, el antiguo yo, hubiera tomado.

En el armario, dentro de una bolsa empolvada estaba un traje barato que hacía años que no usaba y que asombrosamente me quedó bien, al menos eso pensé al verme en el espejo después de apretar el nudo de mi corbata.

Fumaría camino a su casa, porque siempre quise hacerlo y hoy era el día. La calle desierta y el viento helado de Octubre a las nueve de la noche saben que iba feliz al salir de mi casa, y que al llegar frente a la suya mi mano temblaba, pero era de alegría. Toqué a su puerta y salió su madre, no sé que palabras dije pero sé que me dejó pasar, adentro parecían disponerse a cenar, yo me senté en la sala y un momento después apareció su padre y con un gesto de extrañeza se sentó frente a mi, lo miré con curiosidad. Fui breve y le dije mis intenciones y su rostro no cambió.

En poco tiempo ella bajó con su cabello negro y los ojos llorosos, tristes. Miré su pulsera blanca rodear su muñeca izquierda, me quería. Su padre le indicó con la mirada sentarse y él se puso de pie, habló:

--Esto es algo grave señor, pero no es de mi incumbencia, su vida es problema suyo. Todos cometemos errores y usted es el error de mi hija. Si no ha venido más que a decirme estupideces ya puede retirarse, pero sepa que no va a entrar en nuestras vidas.
Tal vez dijo más, pero no lo escuché, la miré a ella, clavaba los ojos en el suelo y no disimulaba su tristeza. Ya todo estaba decidido.

--Sé feliz—le dije y me levanté.

Es extraño, caminaba más ligero al salir de su casa, todos los sonidos parecían más hermosos, más intensos, el viento era una música nueva, que me acompañaba en mis últimos momentos.  Escuché el cerrar de su puerta pero ninguna voz, nadie que cambiara de opinión.

Y así, flotando a la luz de la luna saqué el revólver y sin mirar puse dentro la única bala que llevaba. Era momento de saltar, ya no había aquí nada para mí. Espero no haber despertado a los vecinos.



h.h.!

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